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jueves, 8 de marzo de 2012

IDENTIDAD DE GÉNERO

8 de Marzo.
Día de la Mujer

Hoy pensé en las mujeres escritoras de literatura infantil y juvenil.
Pensé, también, en la escritura y en su poder de alimentar ciertos estereotipos.
Graciela Cabal
Y recordé a una mujer maravillosa de la literatura infantil y juvenil: Graciela Cabal y algunos de sus ensayos y sus cuentos.

Aquí les dejo dos recomendados (para los más grandes) de Graciela Cabal con algunos comentarios y enlaces:

La Señora Planchita y un cuento de hadas pero no tanto. Ilustraciones de Elena Torres. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999. Colección Pan Flauta.
Son dos cuentos. Son dos mujeres diferentes: Planchita, una ama de casa que dedicada a las tareas domésticas, pero que no renuncia a su derecho a la imaginación libre e íntima; y una Blancanieves que reivindica para las mujeres condiciones dignas de trabajo y un lugar en el que se las reconozcan por ser como son.

Mujercitas ¿eran las de antes? El sexismo en los libros para chicos. Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1992. Colección Apuntes.
De este ensayo, hay otra versión, corregida y aumentada: Mujercitas eran las de antes y otros escritos. Buenos Aires, Sudamericana, 1998  Colección La llave.
Con humor e ironía - y desde sus propias experiencias -, Graciela Cabal nos habla del lugar de la mujer en la literatura infantil y de los estereotipos en la educación de varones y niñas


Dos textos de Graciela Cabal
Extraídos del libro Mujercitas ¿eran las de antes? y otros escritos. Buenos Aires, Sudamericana, 1998. Colección La llave.

1. El angelito
Uno de los miedos que atormentaron buena parte de mi infancia fue el miedo de aplastar al angelito. (Hablo de mi angelito. El que me correspondía.)
Es cierto que yo nunca logré verlo, porque, según la Señorita Porota —nuestra maestra de primero inferior—, los angelitos sólo se dejaban ver por las niñas buenas, calladitas, limpias y muy pero muy trabajadoras.
Ella, la Señorita Porota, sí los veía (por algo era maestra). a todos los veía: cada angelito sentado al lado de la niña que le había tocado en suerte, más triste o más contento según el comportamiento de la susodicha niña.
—¡A ver, tú! —decía la Señorita Porota, empinada en sus tacones—. ¡Basta ya de morisquetas! ¿O no ves que el angelito llora?
Después de observaciones como ésa, la Señorita Porota acostumbraba hacernos cantar a coro:
"—¿A dónde va la niña coqueta?
Chirunflín, chirunflán...
—A recoger violetas.
Chirunflín, chirunflán...
—¡Ay, si te viera el ángel!
Chirunflín, chirunflan..."

La máxima preocupación de la Señortia Porota —y juro que nos la transmitió— era que, entre juegos de manos o apretujones, algún angelito recibiera un mal golpe.
—¡Por eso las compañeras de banco deben mantenerse bien separadas! —decía. Y bajando la voz agregaba misteriosamente:
—Para no molestarlos a ELLOS...
Nunca lo puede corroborar fehacientemente, pero se comentaba que las niñas malas del grado —las que eran desprolijas, bocasucias y siempre se sentaban atrás porque ya no tenían remedio y mucho la cabeza no les daba— habían intentado varias veces acabar con sus respectivos angelitos, frotándose unas con otras para reventarlos y cortando el aire con sus tijeritas de labor. (¿Acaso ignoraban, las muy bobitas, que ELLOS son inmortales?)
La verdad es que los angelitos nos tenían con el Jesús en la boca. Especialmente durante los recreos, en los que había que cuidar que no se cayeran ni se tropezaran con los bebederos ni se perdieran por ahí (después de todo, eran unas especies de bebés).
Lo que ninguna de nosotras podía explicar con claridad era en qué consistía la protección que nos brindaban los angelitos. ¡Si hasta llegamos a sospechar que en realidad éramos nosotras las que los cuidábamos a ellos!
—Pueden charlar, caminar lentamente por el patio, jugar a rondas y otros juegos de niñas —nos decía la maestra—. ¡Así los angelitos estarán contentos!
Y entonces yo, que lo que quería de verdad en la vida era ser pirata, miraba con envidia a los varones de la Señorita Lucrecia, que en los recreos corrían, saltaban y se divertían como si nada.
—Señorita —me animé a preguntar un día—, los varones del otro grado ¿no tienen angelito o qué?
Como ella no me contestó, después de un rato volví a mi juego de niñas.
Bajo la complaciente mirada de maestras y, creo, de angelitos, seguimos cantando aquello de:
"Bicho colorado mató a su mujer,
con un cuchillito de punta alfiler.
Le sacó las tripas, las salió a vender:
—¡A veinte, a veinte, las tripas de-mi-mu-jer!"




2. Un salto al vacío

(...) ¿Existen géneros literarios convenientes, bien vistos, apropiados para que una mujer escritora transite por ellos?
La literatura infantil ¿es cosa de mujeres?
(...) ¿Cosa de mujeres? ¿Cómo los chupetes anatómicos, las cacerolas engrasadas y el crochet? ¿Es posible que la misma fatalidad sexual que nos condena a ser las mejores en eso de rasquetear pisos, desodorizar inodoros, freír milanesas y, por qué no, destapar cañerías, nos vuelva especialmente aptas para la literatura infantil?
Siguiendo esta línea de pensamiento, nada tiene de extraño que, a quienes escribimos para chicos —mujeres o varones—, se nos ubique lejos de las escritoras y los escritores y cerca de las madres y las maestras. Madres y maestras —segundas madres— que trabajan por amor. Y trabajar por amor —ya se sabe— es casi como no trabajar.
Escribir para chicos ¿es casi como no escribir?
En el mejor de los casos se trataría de una tarea menor que, por lo oscura y descalificada, tiene algo de trabajo doméstico y un no sé qué de apostolado.
(...) Cuando alguien habla de la literatura infantil como "cosa de mujeres", obviamente no hay que entender "escrita por mujeres" sino "cosa sin valor, nada que importe".
Una triple desvalorización: la de la mujer escritora, la del chico que lee o al que le leen, la de la literatura infantil.
También podríamos decirlo así: "Las mujeres escriben mal. Los chicos no entienden mucho. Que las mujeres escriban, nomás, para los chicos".
Será por eso, por considerar la literatura infantil como un subgénero poco prestigioso, que muchos escritores y escritoras "para grandes" al mencionar sus obras olvidan nombrar las que escribieron para chicos.
Será por eso que los planes de estudio que incluyen como materia la literatura infantil son, en general, los relacionados con la docencia y no los que tienen que ver con la literatura.
Pero: ¿qué concepto de la literatura infantil hay detrás de este tipo de consideraciones?
¿Una serie de textos didácticos con mensaje y moraleja?
¿Un desfile de personajes sin encarnadura a los que nunca les pasa nada que valga la pena?
¿Un conjunto de historias dulzonas de inevitable final feliz, con nenas, mujeres y ancianitas siempre dispuestas a vivir en borrador?
La literatura infantil es otra cosa. Porque la literatura es otra cosa.
La verdadera literatura, incluyendo la que elige al chico como su mejor interlocutor, huye de los caminos transitados, de los refugios protectores, de las mesas servidas junto al fuego.
La verdadera literatura gusta en cambio perderse, con los ojos abiertos y en completa soledad, por bosques profundos y tenebrosos. Y no teme encontrarse ni con lo maravilloso ni con lo abominable. Y se niega a reconocer los signos que le marquen la vuelta a casa.
Porque la literatura, siempre, es un salto al vacío.
Y esto ocurre cada vez: se trate de un general perdido en su laberinto, de una tortuga enamorada que vive en Pehuajó, de los sueños de un viejo sapo, de un monigote en la arena.
Porque la literatura infantil no es "cosa de mujeres".
La literatura, toda la literatura, incluida la llamada infantil, es cosa de escritores y escritoras.




Si querés saber más de Graciela Cabal:


¿Querés leer más?
Desde estos links podés acceder a los textos completos en .pdf de estos textos:

La Señora Planchita - http://bib.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=35372&portal=332
Edición digital: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010
sobre edición original: La señora Planchita y un cuento de hadas pero no tanto, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, pp. 11-30.
Edición digital: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010
sobre edición original: Mujercitas, ¿eran las de antes?, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 35-50.

Y las chicas malas van a todas partes- http://bib.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=35376&portal=332
Edición digital: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010
sobre edición original: Mujercitas, ¿eran las de antes?, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, pp. 51-52.


y todavía más...
Hay una completa referencia biográfica y muchos otros cuentos y ensayos digitalizados de Graciela Cabal en la web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://bib.cervantesvirtual.com/bib_autor/gracielacabal/pcuartonivel.jsp?conten=autor

Para despedirme, reproduzco una frase que la BVC coloca en su presentación:
Son gente rara los lectores:
quieren cambiar el mundo y
creen que los libros
pueden ayudar al cambio...
Graciela Cabal

miércoles, 7 de marzo de 2012

ENCUENTRO ENTRE LOS NIÑOS Y LA LECTURA (4)

¿Cómo ayudarlos a elegir un libro?

Hasta los 2 años, los niños exploran el mundo a través de los sentidos.
En esta etapa se recomiendan los libros sensoriales (de tela o materiales no tóxicos) y, muy especialmente, los cuentos con ritmo y rima: las nanas, canciones, poemas musicales y frases en las que se incluyen repeticiones y sonidos que les ayudan a explorar y jugar con el lenguaje. El formato debe ser pequeño y la encuadernación robusta porque en esta etapa inicial los pequeños inician el contacto con el objeto libro como tal (el libro es un elemento lúdico) y su finalidad es que el niño disfrute del placer visual y material.

Para los que todavía no leen
hasta los 4 años. En esta etapa los niños se inclinan por la interpretación "mágica" de la realidad y aumentan su vocabulario rápidamente. Disfrutan de aquellos libros que despierten su curiosidad: los que tratan temas imaginativos o temas de la vida cotidiana.
La ilustración - el predominio absoluto de la imagen - adquiere en este primer contacto una importancia fundamental. Lo vuçisual centra su atención, pero es también lo no-textual que puede ser comprendido por sí mismo.
Se recomiendan los libros participativos que se basan en distintos tipos de juegos y, sobre todo, los libros informativos, aquellos que les enseñan los primeros conceptos básicos.

entre los 4 y los 6 años se desarrolla la identidad individual y la autoestima. Los chicos tienen una vida imaginativa, rica y abundante, repleta de piratas, dragones o vikingos. Siempre buscan que la historia esté centrada en un personaje (con el que se identifican).
Los libros más adecuados para esta edad son las historietas, comics y los libros ilustrados de cuentos. La imagen es ahora un complemento para facilitar la comprensión.

Para los que recién empiezan a leer (6 a 7 años). Textos breves con ilustraciones serán los adecuados. Sigue predominando la imagen pero el texto ya ocupa un lugar destacado.
El lenguaje debe ser sencillo, introduciendo palabras nuevas que se puedan comprender fácilmente dentro del contexto.
Las historias deben ser divertidas o disparatadas para iniciar su camino de lectores con entusiasmo y placer.

De los 6 a los 8 años se van adentrando cada vez más en el mundo de la fantasía. Comienzan a soñar y a sentirse poderosos. Es la edad de los porqués y las preguntas insólitas. Experimentan terrores personales que deben ser atendidos y escuchados por los grandes.
Les gustan todo tipo de cuentos pero, en especial, los cuentos de animales, de princesas y de hadas, las historias que se desarrollan en un ambiente familiar y, también las historias de magia.

A los 8 y 9 años también les fascinan los cuentos maravillosos pero ya se dominan los mecanismos de la lectura, se entiende un vocabulario más complejo y se ha desarrollado el concepto básico de la narración. Aparecen las historias con sus argumentos: planteamiento, nudo y desenlace rápido. Los relatos, aunque sencillos, crecen en extensión e intensidad. Deben ser relatos con suspenso y acción. El libro les resultará atractivo si tiene una tipografía clara, de fácil lectura.

A los 10 / 11 años ya han ampliado su capacidad de leer y disfrutar de historias más complejas que combinan la realidad y la fantasía, reconociendo la relación entre los hechos y los sentimientos.
A esta edad se preocupan por sí mismos, afirman su independencia y participan en juegos de equipo. Les encantan las novelas de misterio, de ciencia ficción, de amor (sin melodrama), de peripecias humorísticas, las historias de detectives y fantasmas, las aventuras domésticas y de pandilla. Sienten fascinación por los héroes.
En esta etapa el hábito de la lectura se va consolidando.

Desde los 12 ó 13 años ya podemos hablar de lectores adolescentes. La adolescencia es la edad de las rebeliones, las prisas, las esperas impacientes y los primeros afectos perdurables. Es una época de crisis y transformaciones. Descubren el amor, la amistad y el desamor. Les gustan los libros que les permiten soñar despiertos, pero también que aborden temáticas del ser y el pensar con todas las preocupaciones propias de la edad.
Sienten mucho placer compartiendo con otros aquello que han leído.
Entre los 12 y los 14 suelen manifestar interés por la ciencia ficción, los cómics y la novela policíaca.
Después de los 15 años el vocabulario y el texto literario se acercan cada vez más a la literatura adulta y este es un buen momento para incluir la lectura de los clásicos.

ENCUENTRO ENTRE LOS NIÑOS Y LA LECTURA (2)

Al maestro, con cariño

Máximas y mínimas sobre estimulación de la lectura
por Ricardo Mariño

1. Querido docente: si alguna vez al salir del cine alguien te detuvo en la vereda y te pidió que escribieras tres finales distintos para ese argumento, y esa experiencia te agradó y notaste que mejoró tu comprensión del filme, entonces está muy bien que continúes pidiéndoles a los alumnos que después de la lectura de un cuento señalen palabras esdrújulas, sensaciones olfativas o terminaciones en aba.

2. Desconfía de los cuentos y novelas que sirvan para enseñar algo muy concreto.
Si el libro demuestra claramente que los dientes deben cepillarse todas las noches, que no hay que discriminar a los asiáticos y que los enanos son personas, probablemente no tenga mucho valor literario.
Las grandes obras literarias no enseñan nada, al menos no directamente, y, al contrario, crean encrucijadas que provocan más preguntas que respuestas.

3. Es mayor el número de niños que adora nadar a partir del disfrute del agua, que los que aman la natación gracias a los juegos organizados por el profesor de la colonia. Incluso, hay pequeños que ven al profesor como un obstáculo entre él y el placer de la pileta, y se cuentan por miles los que odian las colonias de vacaciones justamente a causa de los juegos organizados por el profesor.
Vale decir: no le adjudiques tanta importancia a las técnicas de estimulación de la lectura. Se sabe de niños que han comenzado a leer un libro sin el concurso de un saltimbanquis.

4. Un buen escritor suele ser un individuo feo, de escasa simpatía y que apenas sabe hablar en público. Un animador de fiestas infantiles dice mejores chistes, canta con más gracia y tiene mejor comunicación con los chicos. Es común que los dos publiquen libros para niños. A la hora de elegir un libro, no está mal tener presente que quien se dedica a la literatura es el primero.

5. Cuando un medio gráfico le hace un reportaje a un escritor de literatura infantil, manda a una colaboradora del diario o revista que no tiene idea del tipo de entrevista que está haciendo. Mientras discurre el reportaje, el escritor se pregunta cómo llegó esa chica tan linda a trabajar en la página cultural. El escritor sólo es capaz de pensar una respuesta: el jefe de sección quiere convertirse en su amante. El fotógrafo que acompaña a la chica sí tiene una idea concreta. Esa idea se expresa en el tipo de foto que quiere sacar: el autor sentado en el suelo, rodeado por sus propios libros; el autor, posando entre juguetes de su hijo; el autor en una plaza, sentado en un tobogán; el autor charlando con una marioneta. La idea del fotógrafo es bien precisa: alguien que se dedica a la literatura infantil es infradotado.

6. Hay que discriminar. Las editoriales publican cientos de títulos por año y a cada uno lo presentan como un gran libro. Sin embargo, un gran libro es una especie de milagro. Un gran libro deja huellas profundas en las personas y frecuentemente los gana como lectores para otros libros. Un mal libro, en cambio, es una poderosa máquina de alejar gente de la lectura. De los cientos de títulos que se publican por año la gran mayoría son literariamente intrascendentes.
Siendo muy generoso se podría decir que por año aparecen dos o tres libros muy buenos. El papel de alguien que quiere promover la lectura es ubicar esos dos o tres libros. Nadie va a hacer ese trabajo por él. Y no hay una máquina de detectar grandes libros. Para complicar más las cosas, esos dos o tres libros no son los mismos para todo el mundo.

7. Leer es más trabajoso que mirar. Dicho brutalmente, los dibujitos que llamamos letras son representaciones de ruidos que llamamos palabras que a su vez son representaciones de las cosas. En el televisor, en cambio, están directamente las cosas (la imagen de ellas). Es más trabajoso leer que mirar. Pero recordemos que correr tras una sola pelota que se la disputan veinte chicos valiéndose de patadas y empujones es más trabajoso que quedarse sentado en un banco de la plaza mirando comer a las palomas. Curiosamente, los chicos prefieren el fútbol a quedarse sentados. Debe ser que lo muy placentero hace olvidar lo trabajoso de su consecución. Los buenos libros hacen olvidar el trabajo de leer.

8. El dios Hermes es el patrón de la lectura, en virtud de su papel de mensajero entre los dioses y los humanos. Hermenéutica es la palabra que designa la actividad de interpretación de los textos sagrados pero también tiene un uso más general para nombrar todo acto de interpretación de textos. Ayer nomás toda la educación era religiosa. La tradición religiosa en la educación, orientada a formar moralmente a partir de textos que enseñan lo que una institución, la iglesia, cree que se debe enseñar, es la matriz arcaica a la que responde esa tendencia todavía existente en el ámbito docente, por la cual de un texto literario se puede y se debe extraer una enseñanza sintética, definida y, curiosamente, buena. ¿Por qué esa arbitrariedad? Porque esa actitud conecta con aquella posición hermenéutica que da por sentado que en lo escrito (sagrado) sólo puede haber mensajes edificantes. Bajemos a Hermes de la palmera. La maestra no es Hermes. Hermes no existe, o todos somos Hermes.

9. Es más fácil hablar de la penetración del imperialismo y de la desnutrición infantil, que escribir buenos cuentos y novelas. Acaso resulte tan difícil hacer bien una cosa como la otra, pero convengamos que son dos actividades distintas. O sea: a la hora de elegir un autor es mejor tener en cuenta no tanto lo que dice como lo que escribe, aunque lo que diga sea muy justo. El par obra-autor no es tan transparente como se cree. Recordemos que el católico Graham Greene buceó como pocos en zonas oscuras del deseo y el sexo, que el fascista Céline escribió una maravillosa novela, que el conservador Borges renovó la literatura argentina, y que según Marx el mejor y más despiadado retrato de la burguesía fue hecho por el monárquico Balzac. No basta con coincidir sentimental o ideológicamente con los dichos de un escritor. No basta con salir entusiasmado de su charla e identificarse con sus dichos. Además hay que leerlo. Y criticarlo. Y discriminar la parte de su obra que nos satisface como lectores y la que no.

10. Cuando los autores visitan una escuela los chicos hacen siempre las mismas preguntas. Las más repetidas son "¿De dónde saca las ideas?"; "¿A qué hora y en qué lugar de la casa escribe?"; ¿Qué hace cuando no escribe?"; "¿Con quién vive?"; "¿Cuánta plata gana?". Son preguntas horribles, superficiales, no literarias y todos los autores estamos hartos de contestarlas. Si yo pudiera estar diez minutos a solas con Juan José Saer, John Irving o William Shakespeare, les preguntaría: "¿De dónde saca las ideas?"; "¿A qué hora y en qué lugar de la casa escribe?"; ¿Qué hace cuando no escribe?"; "¿Con quién vive?"; "¿Cuánta plata gana?".

11. Los chicos son raros: en lugar de interesarse por el aleteo de una mariposita que salta de flor en flor, en un mar de diminutivos, adjetivaciones empalagosas y maravillosos sentimientos, prefieren la música que producen las cabezas que caen rebotando desde la vela mayor en una buena trifulca de piratas. También prefieren el humor, el miedo, el ingenio, lo absurdo, el amor, el drama, y en general cualquier ficción que los haga experimentar alguna intensidad. Un chico siempre es peor de lo que su abuelita y la directora del colegio desean, pero no demos por demostrado que se deba a las ficciones que consumen. No está probado que el Petiso Orejudo, Jack el Destripador, Videla o Bush hayan sido grandes lectores de Salgari.

12. La cantidad, no hace a la calidad. Las maratones que premian al niño que lee más libros por mes no deben estimular tanto al que lee con verdadero gusto, como al niño/concursero, al niño/botón que busca la aprobación de los mayores, al niño/zapping y al niño/Tour por Europa 15 países 15 en un una semana. ¿De qué otra manera se pueden leer treinta o cuarenta libros en treinta días? Y no olvidemos al general Pinochet, a quien le preguntaron "¿qué tipo de lecturas, prefiere, general?", a lo que él respondió: "Filosofía, Historia, Literatura, Economía, Política, Ciencia e Historia de las religiones"; "¿Y en qué momento lee?"; "Diez minutos antes de dormir".

13. La expresión "técnicas de estimulación" tiene connotaciones sexuales. Rápidamente uno la asocia con una señora que ante los reiterados fracasos nocturnos del marido, compra un manual de estimulación y trata de seguir sus consejos por incómodos, extravagantes y poco naturales que resulten. El marido la mira hacer, un poco desorientado. Piensa que se está perdiendo Fútbol de Primera y que seguro que el lunes a la mañana el Rastrojero no va a querer arrancar. "¿Hay posibilidad de provocar el deseo mediante procedimientos técnicos?", se pregunta la mujer. A la mañana siguiente llega al aula —es maestra—, y piensa en el juego de estimulación de la lectura que tenía preparado para ese día. También recuerda que anoche, finalmente, el Rastrojero no arrancó. Deja de lado el juego. No sabe qué hacer. Ya que no sabe, hace algo que tiene ganas de hacer desde hace tiempo: leer un cuento de Borges. Ni siquiera es literatura infantil. El cuento se llama "Episodio del enemigo" y una amiga hace tiempo le dijo que era muy bueno. Trata sobre un anciano al que otro anciano viene a matar por un altercado que tuvieron cuando eran niños. Mientras lo lee se olvida de los chicos, de la escuela, de las técnicas de estimulación de la lectura y del mundo en general. Cuando termina, se da cuenta de que los chicos siguieron su lectura con mucho interés. Los chicos le piden que lea otro cuento de ese libro. Ella no sabe si encontrará otro que también les guste a los chicos. Les promete que al día siguiente buscará otro. Les dice a los chicos que saquen los útiles. Mientras los ve revolver en las mochilas decide que esa noche o la noche que sea, con su marido, tendrá en cuenta en primer lugar su propio deseo, su propia estimulación. Moraleja: el deseo es el deseo del otro.
Texto basado en la ponencia presentada por el autor en la mesa redonda "La lectura continúa", realizada dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Escenarios para la promoción de la lectura" en la 15ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2004).
Ricardo Mariño
es un consagrado escritor argentino, que publicó más de treinta títulos de literatura infantil y juvenil. Sus libros merecieron, entre otras distinciones, el Premio Casa de las Américas (Cuba), recomendaciónes de IBBY y el Premio Konex (Argentina). En: http://www.imaginaria.com.ar/13/6/maximas_y_minimas.htm
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